jueves, 26 de junio de 2008

Historia de Pérez.

El otro día vivimos un triste acontecimiento en casa. La situación era insostenible, inaguantable. No es cierto que dónde comen dos comen tres. No es justo que unos tengamos que alimentarnos con el sudor de nuestra frente y otros vivan de las rentas. Sin esfuerzo. Sin aportar nada.

Pero a la vez fue doloroso. Al fin y al cabo nos habíamos acostumbrado a su compañía. Yo no pude hacerlo. Era demasiado penoso. Marcharon ellos solos, en el coche, rumbo hacia el nuevo destino. Una nueva vida le esperaba a nuestro invitado. ¿Qué será de él ahora?

Aquella mañana, aunque me quedé en la cama, no pude conciliar de nuevo el sueño. Me sentía culpable. Él también se sentía culpable porque fue tan cómplice como yo. Él ha sido siempre la mano ejecutora aunque ambos le tendimos la trampa. Pensé en sus ojillos y en lo que pensaría al verse de nuevo solo. Pero debía ser así. Esto había llegado demasiado lejos.

Ya no volveremos a oir su vocecilla, sus quejidos, sus pasitos. Ya no volvermos a verlo corretear por casa persiguiendo lo que nosotros abandonábamos. Ya no volveremos a disfrutar de la compañía de Peréz, nuestro ratón doméstico.

Pérez vino a nosotros un día gris de invierno, cerca de la primavera. Al principio fue una sorpresa mayúscula verlo, ahí, agazapado en el suelo de la cocina.




Bueno, en realidad no estaba agazapado, en realidad nada más encender la luz salió huyendo como alma que lleva el diablo, así que sólo lo vimos correr.

Era muy pequeñito.

Compramos trampas, de las que llaman "humanas", porque nos dolía tener que matarlo; así que pensamos que lo mejor sería capturarlo y luego dejarlo en libertad a unas cuantas millas de distancia.

Después, al cabo de poco tiempo, Pérez desapareció.

Debió haber olido nuestras intenciones porque tardó meses en regresar. Cuando volvió nosotros tuvimos sentimientos contradictorios. Sabíamos que no podía quedarse, pero lo echábamos de menos. Era como nuestra mascota.

Durante un tiempo lo vimos casi cada noche. Pérez se acercaba a la cocina, fugazmente, a ver si podía obtener algo de nosotros y después, al cabo de un cortísimo lapso de tiempo, regresaba a su madriguera en uno de los múltiples agujeros que tienen las casas viejas de Edimburgo, que son de papel.

Entonces decidimos que el momento había llegado:

Volvimos a estudiar el sistema de trampas y nos dimos cuenta de que algo fallaba. Era la posición y la necesidad de bloquear la salida. Las recolocamos. Al día siguiente, cayó.

Fue duro. Pérez se quedó toda la noche encerrado, mientras nosotros dormíamos, llorando desconsolado atrapado en un cúbiculo poco mayor que su tamaño. Golpeaba las paredes y gemía, debió pasarlo fatal. Por la mañana yo me levanté y ví que el sistema había funcionado. Entonces decidimos que no podíamos dejarlo pasar más; no podíamos dejar que sufriera esa claustrofobia un minuto más.

Y entonces ocurrió. Él lo metió en una bolsa de plástico y lo subió al coche. Cruzó el Firth of Forth y fue un poco más allá. Buscó un lugar en el campo y allí lo dejó. Por fin, Pérez podía correr en libertad.

Desde aquí mi más sincero homenaje a Pérez y a todos los ratones que pueblan todas las casas de Edimburgo. Sin vosotros esta ciudad no sería la misma.

martes, 17 de junio de 2008

Hasta los Ovarios del Rey de Copas

Como no, la justicia y el estado de derecho (o de "torcido") de este país tan extraordinariamente democrático que tenemos ya están dando otra vez por el ano (por hablar todo lo fino que puedo, que del cabreo que tengo me está costando). Y como siempre, los afectados, los mismos. Podrían directamente prohibiernos nuestro derecho a la libertad de expresión en sí y mira, juicios que nos ahorrábamos. Nunca mejor dicho, esto "con Franco no pasaba". Como no había derechos ya sabías de antemano que la línea de "prohibido" estaba en la meta de salida. Más claro, agua.

Ahora, en cambio, nos intentan vender la moto de que la Democracia es maravillosa y de que, sobre todo, España lo hace todo bien. La Constitución es la mejor y la más justa del mundo; el sistema de autonomías es de mayor autogobierno de todas las regiones que existen en nuestro planeta; la Ley d'Hont es lo que es más útil y lo que mejor se nos ajusta a nuestras Cortes (que además, son perfectamente bicamerales) y, por supuesto, la monarquía (¡ojo!, parlamentaria, que ya no somo súbditos, oh gracias) es la mejor solución posible para España. O sea, el sistema que tenemos es perfecto porque se hizo bajo el milagro de la Transición. Oh, qué estupendo. Como antes nos dábamos de hostias y justo en ese momento NO nos pegamos, sino que lo sacamos todo adelante como buenos hermanos, pues claro, ahora chúpate Transición y Constitución del 78 y demás bla, bla, bla para los restos. Como dicen los catalanes, collonades.

Estoy harta de que el Rey de las p... píííííí (no se molesten, ya me autocensuro yo) sea intocable. ¡INTOCABLE!, ¿pero esto qué es?:

¿Ahora resulta que el Rey no caza osos?, ¿ahora resulta que aquel oso ruso no estaba borracho? Y lo mejor de todo........... ¿ES QUE EL PRÍNCIPE NO FOLLA?

Así que para desahogarme de tanta tontería y tanta memez voy a colgar estas dos preciosas caricaturas en mi blog.

Y ahora que venga la justísima Audiencia Nacional (que últimamente jode más que ayudar) a cerrarme el blog por injurias contra la Corona.


¡¡¡ III REPÚBLICA, YA !!!

viernes, 13 de junio de 2008

La buena educación no la enseñan en los colegios ingleses

Efectivamente, como se puede apreciar en el vídeo que enlazo a continuación, la Sra. Ilustrísima Presidenta de la Comunidad de Madrid -y condesa de no se qué-, Esperanza Aguirre Gil de Biedma, no ha aprendido buenos modales ni un mínimo de educación y/o respeto en los colegios privados ingleses, esos sobre los que le gusta tanto presumir de haber sido alumna.

No se ponga así, Sra. Aguirre, que al fin y al cabo algo de razón tendrán los manifestantes, ¿no?

(Por cierto, lo mejorcito... lo del chicle).

miércoles, 11 de junio de 2008

¡Qué trabajen ellos!

“¡Qué inventen ellos!” es una frase tristemente conocida en el imaginario español, pues refleja perfectamente el tópico de que los españoles prefieren dejar que sean otros los que hagan los cosas y ellos vivir de las rentas. Sin embargo, esta misma frase, aunque cambiando el verbo y obviamente con otro sentido, se le podría aplicar a nuestros estimados políticos y, en concreto, a los ministros de trabajo de la Unión Europea, que debe ser que como últimamente se aburren mucho y no tienen nada mejor que hacer, han decidido poner sobre la mesa la cuestión de una posible ampliación del horario laboral máximo a 60 horas semanales (65 en el caso de las guardias médicas).

Enlazo la noticia de los siguientes periódicos:

El País
La Vanguardia
El Mundo (incluye vídeo)
Cindo Días (donde, sobre todo, se habla de la postura del Gobierno Español)
The Times

Bien, bravo. A esto se le llama progreso. La verdad es que aunque nuestro elocuente ministro de trabajo, Celestino Corbacho, no me acaba de hacer tilín del todo, he decir que ha tenido más razón que un santo al afirmar que Europa sufriría un “retroceso” en su agenda social, pues con esta medida Europa se acerca “más al siglo XIX que al siglo XX”. ¿Lo siguiente qué será?, ¿la vuelta de los niños a las fábricas y la prohibición de los sindicatos? Es decir, llevamos toda la vida luchando por una serie de garantías y derechos –como por ejemplo la conciliación de la vida laboral y familiar- para que ahora nos digan que tenemos que trabajar 13 horas cada día de lunes a sábado. ¿Y dónde queda nuestra espacio personal, entonces? Dicen, según se explica en la propia prensa, que esto sólo se haría efectivo si el empleado y el empleador se ponen de acuerdo y que no tiene porque suponer ningún riesgo para el trabajador, pues se establecerían una serie de medidas para que el contratante o el jefe correspondiente no abusaran de ello amenazando al pobre currito con despedirlo si no cumple con las horas de más. Ja, ja y ja. Sencillamente, NO ME LO CREO. Desde luego se nota que estos señores ministros de la UE (que al fin y al cabo son nuestros ministros, los que nosotros hemos votado democráticamente en las elecciones generales de cada uno de nuestros países) no tienen un jefe, con perdón de la palabra, tocapelotas, dispuesto a amargarle el día a uno (¿acaso va a negarle uno ese servicio a un jefe déspota?). Se nota que no tienen que hacer grandes esfuerzos cada día por llegar a fin de mes. Se nota que no tienen nada que temer sin se quedan sin trabajo –total, siempre habrá por ahí un silloncito perdido donde recolocarlos-. Se nota que no son como nosotros, vaya. Sino que el pedestal en el que les han situado los votos de miles de ciudadanos de a pie parece darles el poder suficiente como para hacer y deshacer a su antojo sabiendo que no son ellos los que van a pagar los platos rotos.

Por cierto, ¿y dónde están los sindicatos?

¿Para qué se supone que es esta medida?, ¿para mejorar la economía de la UE?, ¿para facilitar el desarrollo de los países del Este? La Revolución Industrial, obviamente, hizo mejorar el desarrollo económico de los países que la vivieron pero a costa de los derechos humanos de miles de personas, tal y como está ocurriendo hoy en día en China. Visto así (nos ha fastidiado) la idea es extraordianaria: volver a las prácticas del siglo XIX para aumentar la productividad. Sencillamente genial. Está el hecho de que, además, si unos países lo aplican y otros prefieren salvaguardar los derechos de sus trabajadores, daría como resultado una cruenta competencia desleal. Fantástico. Estoy deseando empezar.

Ante este tremendo abuso, a mi parecer, sólo nos queda una salida: Mañana mismo, en toda Europa, HUELGA GENERAL (haciendo compañía a los transportistas, hale).

viernes, 6 de junio de 2008

El Legado de la Lengua (de las lenguas).

Las lenguas son parte de nuestra cultura, de nuestro patrimonio, y qué pena cada vez que se desata la polémica al esgrimirse éstas como bandera de opiniones políticas... como arma arrojadiza. Lo que más me molesta de este tipo de asuntos es que siempre se intente medir la "necesidad" de una lengua basándose solamente en el número de hablantes que ésta posee.

En primer lugar que la (mal llamada) importancia de un idioma -o si se quiere, su relevancia a nivel internacional- no se debe exclusivamente a la cantidad de gente que lo tiene como lengua materna. Sino que también existen otras cuestiones a tener en cuenta como, por ejemplo, el legado escrito que dicho idioma nos ha dejado, o lo que es lo mismo, la literatura. O también la importancia intelectual del mismo, su uso práctico en el día a día, el número de personas que lo tienen como segundo idioma o la extensión, y no sólo la cantidad, de las personas que lo hablan. Los parámetros son múltiples. Si solamente atendiéramos a cuestiones cuantitativas, el italiano, p.ej., que en mi opinión es una lengua bellísima, no debería ser estudiado ni en la sexta pate de las academias y escuelas de Europa. El italiano como lengua materna, señores, "sólo" consta de 65 millones de hablantes (según datos de la Wikipedia italiana); sin embargo, dicho número se incrementa bastante si se tiene en cuenta la cantidad de gente que la utiliza como lengua de cultura; pues el italiano ha legado a la Humanidad grandes escritores como Petrarca, Dante, Bocaccio, Pirandello, etc.; artistas como Miguel Ángel, Rafael, Leonardo o Caravaggio; intelectuales como Umberto Eco y suma y sigue (Italia también nos ha traído a Berlusconi, para nuestra desgracia, pero eso es otra cuestión).

Siguiendo al pie de la letra estos mismos criterios que he mencionado antes, tampoco el holandés, el sueco, el finés, las lenguas gaélicas, el serbocroata, el latín o el griego, por poner un ejemplo, tendrían ninguna utilidad. Tan sólo deberíamos molestarnos en aprender inglés, o a lo sumo, inglés, mandarín, español, francés, alemán, ruso y árabe porque... ¿para qué más? Por esa regla de tres tampoco sería necesario ofrecer servicios a los hablantes de dichas lenguas en sus respectivos idiomas minoritarios porque ellos ya saben otros más útiles. Por ejemplo, todos los flamencos saben inglés, los andorranos son perfectamente capaces de expresarse tanto en francés como en castellano, la mayor parte de la población de los países eslavos entiende y escribe el ruso y cualquier escocés de cualquier isla remota de las Highlands es perfectamente competente en inglés. Lo mismo pasa con los nativos de retrorromance, los noruegos, los gallegos, los catalanohablantes, los vascos o los corsos. Y en Sudamérica, el español lo entiende todo o casi todo el mundo independientemente de si su lengua de origen es el quechua, el aimara, el mapuche, el guaraní o lo que sea (¡hasta los brasileños lo entienden más o menos!).

No señores. Esa no es una manera correcta de pensar. O, como mucho, diremos que no es realmente tolerante y respetuosa. Negarle al hablante de un idioma los servicios en su lengua materna porque puede entender, escribir y expresarse en otra es negarle su propia igualdad y el derecho a hacer uso de lo que es suyo para expresarse. De lo que, al fin y al cabo, la cultura y la historia de la sociedad en la que ha nacido y vive le han legado.

Todo lo demás son cuestiones políticas.