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En primer lugar que la (mal llamada)
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Siguiendo al pie de la letra estos mismos criterios que he mencionado antes, tampoco el holandés, el sueco, el finés, las lenguas gaélicas, el serbocroata, el latín o el griego, por poner un ejemplo, tendrían ninguna utilidad. Tan sólo deberíamos molestarnos en aprender inglés, o a lo sumo, inglés, mandarín, español, francés, alemán, ruso y árabe porque... ¿para qué más?
Por esa regla de tres tampoco sería necesario ofrecer servicios a los hablantes de dichas lenguas en sus respectivos idiomas minoritarios porque ellos ya saben otros más útiles. Por ejemplo, todos los flamencos saben inglés, los andorranos son perfectamente capaces de expresarse tanto en francés como en castellano, la mayor parte de la población de los países eslavos entiende y escribe el ruso y cualquier escocés de cualquier isla remota de las Highlands es perfectamente competente en inglés. Lo mismo pasa con los nativos de retrorromance, los noruegos, los gallegos, los catalanohablantes, los vascos o los corsos. Y en Sudamérica, el español lo entiende todo o casi todo el mundo independientemente de si su lengua de origen es el quechua, el aimara, el mapuche, el guaraní o lo que sea (¡hasta los brasileños lo entienden más o menos!).
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No señores. Esa no es una manera correcta de pensar. O, como mucho, diremos que no es realmente tolerante y respetuosa. Negarle al hablante de un idioma los servicios en su lengua materna porque puede entender, escribir y expresarse en otra es negarle su propia igualdad y el derecho a hacer uso de lo que es suyo para expresarse. De lo que, al fin y al cabo, la cultura y la historia de la sociedad en la que ha nacido y vive le han legado.
Todo lo demás son cuestiones políticas.
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