lunes, 9 de febrero de 2009

La perversión de la cata

¿Se sorprenderán ustedes si les digo que para participar a una cata de vinos no hace falta ser un profesional?, ¿se sorprenderán si les digo que ni tan siquiera hace falta saber algo de enología?, ¿y si les digo que acabo de descubrir que hay veces que al personal se le ocurren ideas la mar de ingeniosas para hacer un botellón sin parecerlo?

Pues sí, así es. El sábado pasado, sin comerlo ni beberlo, una amiga mía y yo (la misma del vaso de agua y el chocolate) fuimos invitadas -aunque yo más bien diría "acopladas"- a una cata de vinos organizada por un grupo de extrajeros que viven en Madrid.
Que el evento lo organicen y lo lleven a cabo unos guiris, en su mayoría anglófonos, y que provienen de países donde la producción de vino no es tan grande ni tiene tanta calidad como en el nuestro, en principio no debería asustarnos. Al fin y al cabo, a quien le gusta el vino, le gusta el vino. Y ser de un país donde los términos "vid" y "vendimia" son habituales en la cultura y la economía del lugar tampoco es garantía de éxito... o sino, miren los bricks de Don Simón.
El problema está en cuando a ti, que hace no tanto eras un experto en distinguir entre diferentes tipos de kalimotxo (ojo, ¡y con mora o sin mora añadida!), te invitan como participante a una cata... entonces, preocúpate.

A continuación, enumeraré solo algunos ejemplos que le causarían el infarto más bestia a cualquier sumiller profesional:

- La cata se oganizó en un piso de estudiantes cualquiera.
- Cuando querías probar un vino, bastaba con aproximarte al que se hacía cargo de las botellas y acercar tu vaso. Sin orden ni concierto.
- Para escupir había barreños de lavar la ropa. Y no estaban a mano.
- Los vasitos eran de plástico.
- Solo se disponía de un vaso por persona, con lo cual, al acabar con un vino tenías que rellenar ese mismo vaso con el siguiente.
- Y qué decir de los vinos: Eran botellas de menos de 1,95 euros. Entre ellas pude distinguir un par de Valdepeñas malos y una de esa gran marca llamada "Los Molinos".

Eso sí, que sepan que fue bastante divertido y que me quedé con las ganas de repetir la experiencia porque, seamos sinceros, no solo es ésta la perfecta excusa para beber sino que además es bastante ingeniosa. Además...

... ¿lo bien que queda decir que has participado en una cata de vinos?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Si es que cuando una sale con una pelirroja redish, por la gran urbe de Madrid, puede terminar conociendo a chicos de Kansas City que te enseñan a pronunciar adecuadamente las "j" inglesas. Que no es proj-hect, chicos, es proyect. Como Playa.
Pues ya véis... el vino era lo de menos.
Ah! y a lo del vaso de agua también haré una aclaración.
Desde la ciudad de la armonía, se despide la compañera de esta intrépida reportera trotamundos.
Un abrazo, wapa.

La Gata Ciempiés dijo...

No, no. Dijo que lo pronunciábamos como "playa" pero que debía pronunciarse de la otra manera. Haciendo que la lengua toque el paladar y vibre.

Y thanks a lot for your comentarios, guapa :-)