Coger a tiempo el autobús de la línea 35 de los Lothian Buses de Edimburgo es siempre muy complicado, pero en agosto es aún peor. No puedes quedar con la gente en el centro de la ciudad, especialmente en el casco antiguo, a no ser que desees morir arrollado por la multitud... y no es mi caso. Tampoco puedes aspirar a que el Pizza Hut conserve el buffet libre del mediodía o que aquel restaurante tan bueno en el que estuviste celebrando algo hace dos meses siga costando lo mismo. Muchos bares incluso han incrementado el precio de las bebidas y todo está lleno de gente por todas partes a excepción, lógicamente, de los barrios residenciales. Encima llueve casi siempre y absolutamente cada día está nublado, aunque a veces sale un rayo de sol.
No obstante, por estas fechas Edimburgo está hasta arriba de turistas sedientos de cultura, pues, por razones obvias, no vienen buscando precisamente "sol y playa", para eso ya está España. Vienen buscando lo que les ofrece el famoso Festival Internacional (si queréis leer más cosas que he escrito sobre él, pinchad aquí).
La verdad es que la idea de convertir Edimburgo en la capital de los espectáculos y la cultura cada verano no es mala, pero, sinceramente, creo que se les está yendo de las manos.
Pero primero pongámos un poco en situación:
El Festival Internacional de Edimburgo de teatro, danza, música y demás artes escénicas surgió en los años 40, en plena posguerra mundial -y consecuente depresión-, para alegrarle un poco la vida a la gente; sin embargo pronto empezaron a crecerle los enanos. El mismo año de su inauguración surgió el "Fringe" ("Fleco") como consecuencia de la rabieta de unos cuantos creadores y artistas que no habían sido aceptados en el primer festival. A partir de ahí esto ha sido un no parar y desde que comenzó el nuevo siglo practicamente se ha ido creando un festival por año. Pero sería muy presuntuoso llamarlos a todos ellos festivales, pues la mayor parte se trata más bien de una serie de ferias, salones o congresos y demás eventos similares que simplemente llevan delante el nombre de "festival de".
Pero, en mi opinión, el principal problema que existe en todo esto no es ni la creciente proliferación de "festivales" ni que la ciudad se convierta en inhabitable para los que viven en ella. Más bien diría que se encuentra en el exceso de oferta: existe una cantidad tan amplia y variada de representaciones, actuaciones, nombres, monologuistas, países etc., etc. que uno se acaba perdiendo en medio de tanta locura y tanta entropía cultural. Y no creo que la ciudad dé para tanto. Además, muchas veces los títulos de las representaciones no te dicen nada y algunas comedias y funciones populares son de un carácter muy local, pues se hacen bromas sobre asuntos exclusivamente británicos o escoceses. No estoy diciendo que sea excesivamente caro o que esté mal organizado (de hecho he descubierto que, muy al contrario, la organización es casi perfecta). Mi queja no viene por ahí. Me refiero a que está tan concentrado que es imposible encontrar cosas realmente atractivas, al menos para el común de los mortales... o al menos para mí, que no tengo aspiraciones intelectuales tan elevadas.
De todas formas, aconsejo a los que tengan verdadero interés por acudir algún día que, en primer lugar, se empiecen a informar meses antes de lo qué ofrece Edimburgo en verano y en qué consiste el famoso festival. Es bueno saber con qué te vas a encontrar. Y, en segundo lugar, que compren las entradas con muuuuucha antelación, pues es muy frustrante intentar conseguir algo unas semanas antes y que esté todo cubierto hasta finales de agosto. Lo digo por experiencia. Otra solución sería ser un periodista especializado en cultura y que te envíen a curbrir el festival de Edimburgo pero, no nos engañemos, las posibilidades son mínimas.
Por cierto, desde poco antes de que llegara el verano, y especialmente ahora que estamos en medio de todo el lío, me he acordado mucho de un titular que leí hace exactamente un año en algún periódico o revista española: "Edimburgo es una fiesta" rezaba, y qué razón tenía. Pero una fiesta que le queda grande.
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