jueves, 13 de agosto de 2009

Palabras (I)

Cuando tenía 17 años me obligaron a leer en el instituto "Campos de Castilla", el libro de poemas más famoso de Antonio Machado. No sé si debió ser por la edad pero, en general, me aburrió bastante... con una excepción: Una serie de poemas dedicados a Leonor, la joven esposa del poeta que murió de tuberculosis más o menos con la misma edad que yo tenía cuando me estaba leyendo el libro. De manera especial me atrajo la atención uno de estos poemas, "Allá, en las tierras altas", cuyo título se refiere a la primera frase de la primera estrofa de dicho poema. Es tal el dolor que transmite el poeta en tan pocas palabras, que no puede menos que sobrecogerle el corazón al lector en un instante. Un dolor que se refleja claramente en la descripción del paisaje; un dolor de un hombre cuya mente va y vuelve del pasado al presente y del presente al pasado, como en un flashback, de manera casi instantánea; un dolor cargado de desesperanza. En definitiva, el dolor del duelo.

Me gustó tanto el poema -y me sigue gustando-, que a pesar de lo soporífero que me resultaba el resto del libro, éste no podía dejar de leerlo una y otra vez, una y otra vez... Y quiso además la casualidad que los astros se conjugaran de tal manera, que el día del examen de selectividad, en la opción A de la prueba de "Lengua castellana y Literatura", nos cayera un autor de la Generación del 98, que para colmo, resultó ser un poeta y, mejor aún, resultó ser Antonio Machado. Y no solo eso; además el poema resultó ser "Allá, en las tierras altas".
Vamos, que me tocó la lotería.

En aquel examen saqué la nota más alta de toda la selectividad: 9,3 (sobre 10). Han pasado ocho años de aquello y todavía no me lo creo...

Aquí os dejo con el poema. Espero que lo disfrutéis tanto como yo. O al menos, un poquito:


ALLÁ, EN LAS TIERRAS ALTAS

Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros

y manchas de raídos encinares,

mi corazón está vagando, en sueños...

¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?

Mira el Moncayo azul y blanco; dame

tu mano y paseemos.

Por estos campos de la tierra mía,

bordados de olivares polvorientos,

voy caminando solo,

triste, cansado, pensativo y viejo.




2 comentarios:

desencanto dijo...

Un recuerdo precioso de unos dias, pienso, insidiosos. Saludos

Tom Katze dijo...

¡Qué poema más bello!

Gracias gatita.