sábado, 28 de febrero de 2009

¡Que alguien prohíba la música de las películas de sobremesa!

¡Por favor, que alguien prohíba la música de las películas americanas de televisión que se emiten en las sobremesas de los fines de semana!, ¿por qué lo hacen?, ¿por qué tienen que poner esa música de mierda? Y digo bien, sí, "de mierda", perdonen Uds., pero es que no tiene otro calificativo.

Es que yo les diría a los técnicos de sonido de estas películas: "Pero vamos a ver, ¿es que os pensáis que los espectadores somos tontos?, ¡no necesitamos que nos estéis poniendo música de tensión para que nos demos cuenta de que algo no va bien! Además, molesta, y mucho, tener que estar escuchando conversaciones tan manidas con ese "niiiiiiiiiiiii, niiiii, niiiii" de fondo".

Esta tarde, sin ir más lejos, he estado viendo una en la que cada escena aparecía enlazada con la siguiente mediante el hilo musical. Y no cesaba. Daba igual que hubiera tensión, intriga o se mostrasen escenas de la vida cotidiana: El "niiiiiiiiiiiii, niiiii, niiiii" era constante y permanente. Pero vamos a ver, ¿es que a estos señores no les entra el concepto "silencio" en la cabeza? No solo para que nosotros, los presuntos idiotas de los espectadores, podamos descansar nuestros oídos un rato, sino porque, como he dicho, no somos tan tontos y tras más de cien años de cultura audiovisual uno se acostumbra a entender la narrativa simplona de las imágenes sin necesidad de más apoyos superfluos. Creo.

La verdad es que esto despierta mis instintos más asesinos y psicópatas porque me dan ganas de estrangularlos. Deben hacerlo por eso, porque así uno se siente identificado con el malo y puede comprender el trasfondo psicológico de un personaje que en realidad es bastante abofeteable (al igual que el resto del reparto). Así que antes de que me vuelva loca del todo, por favor, que alguien haga algo y prohíba la música odiosa de estas películas.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Querida amiga Espe.

¡Ay, qué me da la risa! Es que está mujer no tiene parangón. De aquí al "Festival del Humor", dos telediarios.




Al menos ni catalanes (ni andaluces, que también salen) se dedican a privatizar servicios PÚBLICOS. Y encima con el dinero de todos.

domingo, 22 de febrero de 2009

Gente EGOcéntrica (¡te lo juro!)

El pasado día 20 tuve que asistir a la celebración de una de las jornadas más destacadas de la 'Cibeles Madrid Fashion Week' para realizar un reportaje sobre la plataforma 'El Ego' que Cibeles pone en manos de los jóvenes diseñadores españoles más prometedores del momento. Puesto que nunca en mi corta carrera como periodista había tenido una ocasión de cubrir un acto así, fue toda una oportunidad para darle un nuevo impulso a mi, de momento, escaso currículum, además de toda una experiencia.

Sin embargo, no es la intención de esta entrada hablar de moda ni de mi carrera, sino que me limitaré a detallar con pelos y señales cómo ha sobrevivido entre tanta gente fashion, cool y súper hot una pardilla mainstream como yo. O sea.

Para empezar, el recinto estaba plagado de pijas, locazas y metrosexuales en unas proporciones de 50%, 40% y 10% aproximadamente. No es que tenga nada en contra las pijas, las locazas y los metrosexuales, Dios me libre, pero sí que he de decir que me sentí, ciertamente, un pelín rara avis. Demasiado normal. Demasiado plebeya. Como he dicho, demasiado mainstream. Y es que no puede ser de otra manera cuando alguien que viste de Zara, H&M y Bershka se ve de golpe sumergida entre los Victorio&Luchino, Devota y Lomba, David Delfín, Ángel Schlesser, Balenciaga y Jesús del Pozo. Nada bueno puede salir de ahí. Además, aunque pijas, locazas y metrosexuales por separado y de uno en uno pueden resultar personas encantadoras y amabilísimas, cuando se juntan todas forman un cóctel explosivo de glamour del que es imposible salir sin escaldarse.

Además que como iban todos divinos de la muerte, mi vestimenta resultaba demasiado normal (aunque, a mi modo, yo también iba fashion). A ver si me explico bien: En caso de eventos así, no se trata de ir arreglada. Es decir, olvídate de la clásica camisa blanca, los pantalones de pinzas negros y los tacones que te pondrías para ir a una entrevista de trabajo. Ni de coña. Porque por mucho que creas que vas adecuadamente vestida, NUNCA se va adecuadamente vestida a un acto de esta clase. Para encajar en este tipo de lugares y situaciones lo que se ha de hacer es intentar romper tus prejuicios y esquemas establecidos y dar rienda suelta a tu imaginación artística, porque solo de esta manera se consigue la perfecta simbiosis con el entorno que te acoge. Es decir, hay que ir disfrazada.

Sí, sí, disfrazada. Tenéis que pensar en aquellas cosas que os poníais en la adolescencia y que años después descubrirstéis que eran una horterada y combinarlas con la ropa más llamativa que tengáis. Se llama excentricidad, pero funciona. Por ejemplo, esa minifalda hippy del Rastro con los vaqueros rotos de hace cinco años y la camisa de leopardo de vuestra madre. Y si queréis darle un toque de sobriedad, le añadís una americana negra que haga juego con vuestros zapatos y listo. En cuanto a vosotros, podéis probar a poneros un jersey de lana de esos de los puestos de los peruanos (que son bien amplios) tres tallas más grande, y un par de zapatillas deportivas (¡ojo!, una de cada color). No lo digo de broma: Allí ví a un hombre con un jersey de punto que le llegaba hasta los tobillos. No me lo estoy inventando... de verdad... ¡Lo juro!, ¡con estos ojos míos lo ví!
Repito, llevaba un jersey de punto que le llegaba HASTA LOS TOBILLOS. ¿Me oís? ¡¡¡HASTA LOS TOBILLOS!!!

Vale, vale, quizás no sea para tanto. Lo que pasa es que soy una paleta que casi, casi acaba de salir de su pueblo y no entiende mucho de moda. Además, llevar jerseys hasta los tobillos no convierte a la gente en mala persona. Muy bien, quizás debería hablaros del agua. O mejor dicho, del agua del lujo embotellada, concepto que hasta hace una semana no existía en mi cabeza: ¿Qué tal si os digo que repartían botellas gratis de "agua ultra-premium de glaciar encerrada en una bóveda de hielo creada en la glaciación sucedida hace más de 10.000 años y procedente de la remota y ecológicamente protegida región costera de la hermosa Columbia Británica, en Canadá"?, ¿y si os digo que "la pureza única del hielo del glaciar derretido le proporciona su distintivo y delicioso gusto"?, ¿y que "cada gota es recuperada con sumo cuidado de una fuente que solo es accesible desde el océano con la misma pureza que el glaciar"?, ¿y que es "ideal para maridar con platos suaves, pastas, arroces, pescados y carnes blancas, así como con espirituosos de gran lujo"?
En definitiva, agua de lujo para gente de lujo.

Por eso, cuando se trata de estar rodeado de gente de lujo y siendo tú la única representante del "mondo plebe", lo que te puede pasar es que, por ejemplo, estés comiendo y alguien, sin la menor atención, apoye el borde su bolso encima de tu estrecha mesa. O que el grupo de amigos de esa misma persona vaya ganándote cada vez más terreno y te veas obligada a desplazar ligeramente el cuerpo para que quepas mejor. O que, sin ir más lejos, vayan y apaguen SUS cigarros en TU cenicero sin importarles si lo estás usando tú o si quieres que lo usen. O que encima no se molesten en apagar bien el cigarro de manera que el humo empiece a "comerte" la cara. O que les digas que si pueden apagarlo (ahí no pude evitar que se me escapara el tonillo de borde espantamoscones-de-discoteca) y pasen de ti. Ejem, ejem. Que menos mal, digo yo, que no me dio el ataque en plan "Un día de furia".

De todas formas, probablemente lo que me pase es que todavía necesito aprender muchas cosas. Cosas tales como las normas básicas de la falsa educación, un montón de vocabulario in con el que enriquecer mi ya de por sí descuidado léxico castellano, estética antitética, despersonalización, frivolidad afectuosa, técnicas de aumento de agenda social y paciencia, mucha paciencia.

Por el momento no tengo nada más que añadir al respecto. Si habéis llegado hasta el final de vuestra lectura, permitidme que os adivine los pensamientos: Esta entrada está plagada de prejuicios. Eso es lo que ibáis a decir ¿verdad que sí? ¿Qué os esperabáis, un análisis sociológico profundo? ¿Ahora que creo que le estoy empezando a pillar el truco a esto de frivolizar? Pues va a ser que no.

lunes, 9 de febrero de 2009

La perversión de la cata

¿Se sorprenderán ustedes si les digo que para participar a una cata de vinos no hace falta ser un profesional?, ¿se sorprenderán si les digo que ni tan siquiera hace falta saber algo de enología?, ¿y si les digo que acabo de descubrir que hay veces que al personal se le ocurren ideas la mar de ingeniosas para hacer un botellón sin parecerlo?

Pues sí, así es. El sábado pasado, sin comerlo ni beberlo, una amiga mía y yo (la misma del vaso de agua y el chocolate) fuimos invitadas -aunque yo más bien diría "acopladas"- a una cata de vinos organizada por un grupo de extrajeros que viven en Madrid.
Que el evento lo organicen y lo lleven a cabo unos guiris, en su mayoría anglófonos, y que provienen de países donde la producción de vino no es tan grande ni tiene tanta calidad como en el nuestro, en principio no debería asustarnos. Al fin y al cabo, a quien le gusta el vino, le gusta el vino. Y ser de un país donde los términos "vid" y "vendimia" son habituales en la cultura y la economía del lugar tampoco es garantía de éxito... o sino, miren los bricks de Don Simón.
El problema está en cuando a ti, que hace no tanto eras un experto en distinguir entre diferentes tipos de kalimotxo (ojo, ¡y con mora o sin mora añadida!), te invitan como participante a una cata... entonces, preocúpate.

A continuación, enumeraré solo algunos ejemplos que le causarían el infarto más bestia a cualquier sumiller profesional:

- La cata se oganizó en un piso de estudiantes cualquiera.
- Cuando querías probar un vino, bastaba con aproximarte al que se hacía cargo de las botellas y acercar tu vaso. Sin orden ni concierto.
- Para escupir había barreños de lavar la ropa. Y no estaban a mano.
- Los vasitos eran de plástico.
- Solo se disponía de un vaso por persona, con lo cual, al acabar con un vino tenías que rellenar ese mismo vaso con el siguiente.
- Y qué decir de los vinos: Eran botellas de menos de 1,95 euros. Entre ellas pude distinguir un par de Valdepeñas malos y una de esa gran marca llamada "Los Molinos".

Eso sí, que sepan que fue bastante divertido y que me quedé con las ganas de repetir la experiencia porque, seamos sinceros, no solo es ésta la perfecta excusa para beber sino que además es bastante ingeniosa. Además...

... ¿lo bien que queda decir que has participado en una cata de vinos?

jueves, 5 de febrero de 2009

Funcionary, el Juego de la Burocracia

¡Qué divertido!, ¡estoy deseando probarlo!